Los sofistas y Sócrates

Xavier Zavala Cuadra

Atenas está en la cumbre de su vida artística: Ictinus y Calícrates diseñan y construyen el Partenón. Fidias esculpe sus frisos. Píndaro escribe sus últimas odas. Sócrates presenta Antígona y Edipo Rey. Atenas, además, ha llegado al máximo de su democracia: se gobierna a sí misma en asamblea de todos sus ciudadanos varones adultos; cualquiera puede ser electo para cualquier posición; Pericles ha introducido el pago a los jurados para que los pobres puedan ocupar esos puestos; hay puestos públicos a los que no se llega por elección sino por sorteo. Otras ciudades griegas imitan la democracia ateniense.

La actividad política —la actividad que pide la ciudad y que afecta a la ciudad— es la principal actividad de los ciudadanos atenienses y de los ciudadanos de las ciudades que también han establecido la democracia. El gobierno de la ciudad es asunto de todos los ciudadanos. ¿Qué habilidades hacen falta para participar exitosamente en la vida pública? ¿Cómo se triunfa en la actividad política? Estos son los temas que ahora interesan. Estas son las preguntas para las que se quieren respuestas. Por ese tiempo habían aparecido unos señores que decían tener esas respuestas.

Los sofistas

La palabra sophistes significaba maestro en sabiduría. Como tales se presentaban estos señores que andaban de lugar en lugar, participaban en la política y cobraban por sus lecciones. Sabían o simulaban saber de todo: astronomía, geometría, aritmética, fonética, música, pintura. Pero su ciencia no buscaba la verdad sino la apariencia de saber porque tal apariencia revestía de autoridad.

Enseñaban la areté requerida para estar a la altura de las nuevas circunstancias sociales y políticas (recordemos que la palabra areté, traducida generalmente por virtud, no tenía entonces las connotaciones morales que nuestra palabra virtud tiene; era más "lo que es propio de", como se explicó en la introducción). Por tanto, para los sofistas areté era lo que se requería para triunfar en la vida política.

La primera exigencia de esta areté era el dominio de las palabras para ser capaz de persuadir a otros. "Poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles", dice Protágoras. Gorgias opina que con las palabras se puede envenenar y embelesar. Se trata, pues, de saber valerse de razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla. Llamaban a ese arte "conducción de almas". Platón dirá más tarde que era "capturar" almas.

No eran propiamente filósofos, pero tenían en común una actitud que sí puede llamarse filosófica: la actitud del escepticismo y el relativismo. No creían que el ser humano fuese capaz de conocer una verdad válida para todos. Cada quien tiene "su" verdad.

Los filósofos anteriores daban generalmente a sus libros el título "Sobre la Naturaleza" entendida como lo existente. Gorgias parece burlarse de ellos cuando titula al suyo "Sobre la Naturaleza o lo No existente". Con este libro pretendió demostrar tres cosas: 1) nada existe, 2) si existiese algo no podríamos conocerlo, 3) si conociésemos algo no podríamos comunicarlo a los demás.

Protágoras decía: "Como las cosas me parecen a mí, así son para mí; y como te parecen a ti, así son para ti."

El escepticismo alcanzó a los dioses.

"No dispongo de medios –dice Protágoras– para saber si existen o no, o para saber la forma que tienen; hay muchos obstáculos para llegar a ese conocimiento, incluyendo la oscuridad de la materia y la cortedad de la vida humana."

El escepticimo alcanzó a las leyes de las ciudades.

Antes se creía que éstas tenían origen divino, ya fuese porque Apolo hubiese inspirado directamente al legislador –tal era el caso de Licurgo, legendario fundador de Esparta– ya fuese porque los legisladores acostumbraban consultar sus proyectos de ley al oráculo de Delfos. Pero ahora ya se ha viajado suficiente para poder comparar las leyes griegas con las leyes de otros lugares y, sobretodo, porque ya sea sabe cómo se redactan y aprueban leyes en las asambleas democráticas. Los sofistas eran miembros de esas asambleas. Protágoras estuvo en el grupo enviado a Turii, en el sur de la actual Italia, para dar leyes a la nueva colonia ateniense.

Para los sofistas, por tanto, las leyes son convencionalismos humanos. Normas que los hombres adoptan para vivir como les conviene. No tienen otro fundamento. El fuerte puede transgredirlas con tal de que los demás no lo adviertan. Un hombre fuerte, realmente fuerte, puede ignorar las leyes, apoderarse del poder y satisfacer sus deseos; esa es la dike de la política.

¿Cómo asimilaron los alumnos las enseñanzas de estos maestros? A los atenienses no les bastó ser la ciudad principal, quisieron ser la ciudad que mandaba sobre las otras ciudades y que se beneficiaba de ellas. Si tienen poder para hacerlo les corresponde hacerlo. Es la dike de su naturaleza.

Disponen que ciertas causas judiciales sólo puedan ser vistas en Atenas. El tesoro de la Liga de Delos —el tesoro al que han contribuido todas las ciudades griegas para poder defenderse de los ataques persas, el tesoro que se guardaba en la isla de Delos en el centro del archipiélago de las islas cícladas— por orden de Pericles es trasladado a Atenas para beneficio exclusivo de los atenienses. Durante la guerra con Esparta, cuando Esparta propone la paz, los atenienses deciden continuar la guerra entusiasmados con la idea de que la guerra sea financiada con tributos de las otras ciudades. También fue dike de la naturaleza que la asamblea ateniense empobreciese con excesivos impuestos a sus conciudadanos ricos; también que hábiles acusadores manipulasen las pasiones políticas de los jueces para quitar a otros sus propiedades; también que los llamados sicofantas tuviesen la habilidad de ganarse la vida chantajeando a otros con la amenaza de una demanda.

La ciencia y la moral griegas parecen estar en trance de muerte. Pero, si fue admirable empresa de unos griegos iniciar el camino que trata de explicar el mundo con la razón sola —rodeados como estaban de una cultura que explicaba todo con dioses— es también empresa admirable que otros griegos iniciasen la búsqueda de la verdad ética y de la verdad política en la Atenas de los sofistas. El primero en hacerlo fue Sócrates y le costó la vida.

Sócrates

Nacido por el año 470 A. C., unos ocho años antes de que el filósofo Anaxágoras llegase a Atenas. Su vida fue filosofar y enseñar. Pero no le interesaron las preguntas sobre la physis que habían interesado primordialmente a Anaxágoras y a los filósofos anteriores, porque su preocupación era la conducta degradada de sus conciudadanos; en consecuencia, enfocó su curiosidad intelectual en el ser humano y en su capacidad de conocer la verdad.

Contemporáneo de los sofistas, muchos creyeron que era un sofista más pero era exactamente lo contrario. Nunca intervino en la política. No pronunciaba discursos. No escribió nada. Según él, nunca fue maestro de nadie. Simplemente se dedicaba a conversar con quien quería conversar con él; creía que la sabiduría se adquiere en el intercambio vivo de la conversación, haciendo preguntas y buscando juntos respuestas. Así y sólo así enseñó a pensar, a buscar la verdad y a saber que es posible alcanzarla. A diferencia de los sofistas, no cobraba por sus enseñanzas.

"Esta labor fue para la inteligencia humana de una importancia tan considerable que uno no se extraña al ver a Sócrates dedicarse a ella como cumpliendo un mandato recibido del cielo. Se echaba de ver en él, no solamente un alto poder de contemplación filosófica (Aulo Gelio y Platón cuentan de él que a veces pasaba días y noches inmóvil absorto en la meditación), sino también, como él mismo lo decía, algo de ‘demoníaco’ o de inspirado, un fervor alado, un vigor libre y mesurado, y aun quizás a veces, un instinto interior y superior que parecen revelar una cierta asistencia extraoardinaria…"(1)

La areté es conocimiento

Como los sofistas, hablaba y enseñaba sobre la areté, pero, mientras los sofistas decían que no podemos conocer nada, Sócrates enseñaba que la areté era conocimiento. Si el zapatero quería ser buen zapatero (tener la areté del zapatero) debía conocer primero qué es un zapato, para qué se usa, cuál es su fin, el propósito que tiene el hombre cuando lo usa; conocido esto, hay que pensar qué forma debe tener el zapato y de qué materiales debe estar hecho; conocido esto, hay que pensar cuál es el mejor método de fabricarlo, qué habilidades hay que desarrollar para hacerlo bien. Cuando se tienen todos estos conocimientos y se han conseguido las habilidades requeridas, se tiene la areté del zapatero. Hoy decimos que tal persona "entiende de zapatería" o "entiende de electricidad" y lo que está en nuestras mentes es lo que estaba en la de Sócrates cuando enseñaba que la areté era conocimiento.

Con el ejemplo de los oficios útiles y cotidianos —en el diálogo Gorgias, de Platón, se dice que Sócrates "siempre está hablando de zapateros, bataneros, cocineros y médicos"— enseñaba que la areté de cualquier actividad o posición comienza por conocer su fin, su propósito.

Ahora bien, si se trata de la areté de todo hombre —de la que pretendían ser maestros los sofistas— Sócrates insistía que había que comenzar por el conocimiento del fin o propósito del hombre –no como general o político o panadero– sino simplemente como hombre, e invitaba a los que conversaban con él a pensar juntos cuál es el objeto del ser humano.

Aunque Sócrates no contestó él mismo a esta pregunta, su gran mérito estriba en haber hecho que los hombres se la hicieran y en motivarlos a tratar de responderla en la creencia de que era posible darle respuesta. Platón no sólo escribió las enseñanzas de su maestro sino las hizo avanzar por cuenta propia.

Tan convencido estaba Sócrates de que la areté era conocimiento que le parecía evidente que si los hombres llegaban a entender qué era el bien o lo justo escogerían el bien y lo justo. Nadie escogería conscientemente el mal. Los que escogen el mal lo hacen por ignorancia. Si un panadero hace mal pan es porque no sabe hacer pan y no porque quiere hacer mal pan.

El método para alcanzar la verdad

A Sócrates le preocupaba la ligereza con que se usaban las palabras en la vida normal, en especial las palabras que pretendían expresar nociones éticas, como justicia, templanza, valor, etc. Parecía que cada persona las usaba con un sentido diferente, produciendo una grave confusión intelectual y moral. ¿Cómo dar con el sentido verdadero de sabiduría, de justicia, de bondad?

El primer paso era reconocer la propia ignorancia. En sus conversaciones repetía que no sabía nada, pero que era más sabio que los demás porque estaba consciente de su ignorancia, mientras los otros creían saber. Quien cree saber no se esfuerza en buscar la verdad. El primer paso hacia la verdad es barrer los prejuicios de la mente, barrer las ideas incompletas, los errores que generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino queda abierto.

¿Cómo se avanza ahora? De lo particular a lo universal. Si se está hablando de justicia y se quiere saber qué es justicia, la primera etapa de la averiguación consiste en recoger ejemplos de casos particulares en los que los presentes concuerdan en afirmar que allí se obró con justicia. La segunda etapa es examinar estos casos particulares, compararlos entre sí, ver sus diferencias, ver sus cosas comunes, hasta ir dando con la cualidad –común a todos– que nos hace afirmar que en cada uno de esos casos hubo justicia. Esa cualidad común es la esencia de la justicia, su definición. Ha sido abstraída de los casos particulares por la mente humana y gracias a un poder que sólo la mente humana posee.

En los Diálogos de Platón tenemos abundantes ejemplos de cómo Sócrates se valía de este método para ir dando con la esencia de otras virtudes.

Aristóteles afirma en su Metafísica: "Dos cosas hay que atribuir con justicia a Sócrates: el argumento inductivo y la definición general. "La palabra griega "inducir" dice "guiar hacia". El pensamiento inductivo guía a la mente de los casos particulares a la definición común.

Así, buscando la verdad moral y siendo exigente con sus procedimientos, Sócrates inicia la filosofía del conocimiento: el objeto del filosofar es también el saber mismo. Tratar de asegurar que se está dando con la verdad.


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